jueves, 14 de abril de 2011

Doña Juana

Cuento.

Panorámica 574 - Archivo fotográfico: Antiguo Medellín

Marco Antonio Restrepo y Aurelio Zapata


Esculcando entre mis libros hallé, para mi desgracia, la foto del día aquél. Dentro de mi libro favorito, precisamente, página 37…tratado de amor…y la imagen aún nítida como negándose a quedar en el pasado.

Tenía yo tan sólo diez y seis años, en época de colegio, cuando pasaba los descansos bajo la Ceiba vieja que se encontraba en el rincón de la gran casa de Boston en la que recibíamos las clases los jóvenes de la clase media. Por dicha época se estaba rumorando guerra y posiblemente reclutarían jóvenes para el ejército; yo, sinceramente sudaba y temblaba con el mero hecho de pensar en ello, desde pequeño había sido cobarde, le temía hasta a las verduras de aspecto extraño, y ahora me debía enfrentar a la horrible y tenebrosa realidad del servicio militar.

Mis tardes en el liceo fueron inolvidables, recuerdo a la impecable señorita Aurora con su voz dulce y melodiosa tratando de hacerme comprender las letras que plasmaba en el tablero, pero sin logro alguno, al final siempre me tocaba quedarme después de la jornada académica para que ella me explicara de nuevo todo aquello que yo en clase no comprendía.

Camino a casa, entrada la tarde, pasaba por los bares del centro de la gran ciudad en crecimiento, aunque tensos, rojos y azules, se paseaban fraguando métodos de persuasión política, la apertura liberal y la construcción de nuevas calles y avenidas.

Una tarde, llegando a casa, después de las habilitaciones extra-clases, vi a mi padre, en la tienda de abarrotes, con una hermosa dama, de elegantes trajes, la cara de mi padre parecía suplicante y algo angustiada, imaginé que sería una funcionaría pública trayendo malas noticias acerca de la venta de los bienes de mi padre, que había sido necesaria para suplir carencias que se estaban haciendo notar en casa.

Al aproximarme más a la escena, observé a la dama, y de ahí no pude dejar de hacerlo; era realmente una mujer muy bella para ser funcionaria pública (digo, porque no es común una mujer hermosa ocupando un cargo que no sea el marital).

Mi padre al verme quedó pasmado, misteriosamente, con mi presencia, seguido de su letargo se apresuró a presentarme ante la bella mujer:

-Mira Marco Antonio, te presento a Doña Juana de Acevedo…- dijo con voz temblorosa mi padre…

Ella me extendió la mano para que la besara y con la voz más mágica que yo jamás había escuchado me dijo:

-Encantada…Tiene usted un Hijo muy apuesto Don Marco…-dirigiéndose a mi padre que se llamaba igual que yo…

AH!, sólo Dios sabe cuál fue la sensación que atravesó todo mi cuerpo al levantar la mirada, después de haber besado su blanca mano, y encontrarme con aquellos grandes y sensuales ojos brujos de la enigmática figura femenina que tenía al borde de un colapso nervioso a mi padre…y no lo culpo, yo también lo estuve ante tan imponente Mujer.

Continué mi camino y dejé que mi padre arreglara sus asuntos en privado; en mi mente solo se paseaban esos ojos de la funcionaria…

Llegué a casa más tarde de lo que esperaba, y es que, aunque para mí sólo fue un segundo, debió haber sido una eternidad el tiempo que me tomé para contemplar a Doña Juana, atando cabos, ¿de Acevedo?, ¿De los Acevedo de dónde? Preguntaría mi madre, y pues yo que le aprendo.

Mamá estaba un tanto enojada por que no le había contado que me tocada quedarme en las habilitaciones, y se sentía mal porque la cena ya estaba fría y pensaba que yo no la disfrutaría, lo que mi madre no sabía era que yo, moría por la comida que ella preparaba, fría, caliente, espesa, agria, dulce, ¡como fuese! el caso fue que llegó la fatal pregunta que no esperaba…

-¿te encontraste o viste a tu padre en el camino?....

Medité un momento recordando de nuevo las curvas y gracias de la mujer que lo acompañaba y luego conteste con un poco de duda…

-sí...lo vi…en la tienda de Don Fausto…con la funcionaria…

Y vino la contra pregunta que por lo general es la que lo deja a uno sin palabras…

-¿qué funcionaria?...

Tan sólo atiné a decir: -Doña Juana de…

Ah! Era de esperarse! – Pensé - Ese “de” que llevan las mujeres que tienen propietario…

-No recuerdo bien su apellido madre….pero creo que no es dato importante…

Mi madre guardo silencio y se quedó un momento pensativa, se quito lentamente el delantal de cocina y como si estuviese, de un momento a otro, en un planeta distante se retiró a su cuarto sin siquiera preguntarme por las clases de ese día, como de costumbre.

Esos días han pasado, a Gaitán lo mataron, hicieron San Juan, poco queda de la casa y dentro de ese poco estaba esta foto.

Y ahora que crecí, que pocos me creen, puedo jurar que me anduve las calles de Boston, Prado Centro y El salvador, a mis escasos 16, figurando como acompañante de una Dama que en la calle era mi madrina y en la cama fue mi concubina. No sé cómo, pero ahí estaba, totalmente prendado de los brazos de Juana, que no era Doña, de la experiencia, y el amor, el amor que llegaba a mi ser medio adolescente, medio hombre, ingenuo, confuso y torpe.

Y ahora que crecí, que pocos me creen, me di cuenta que la Dama funcionaria, dueña de mis primeras primerísimas veces contra el mundo y de cabeza, ni de Acevedo, ni mía, ni funcionaria, ni de nadie. Amante de mi padre, culpable del silencio de mamá, se llevó también el corazón del hijo, del vecino, y quién sabe de cuántos más. Doña Juana conquistadora, solapada y mentirosa, todos lo sabían, pero nadie nunca dijo nada. Presos de sus encantos, redes de acero que pusieron en fraterna armonía a liberales y conservadores, compartiendo el pan con el prójimo, superando la desigualdad y el debate malsano, porque no hay que negarlo, a todos se nos trató como a reyes, se nos atendía como era en la casa de Juana, que no era Doña. Y yo inocente, esa tarde que salía del liceo, después de hablar sobre ecuaciones y vida con la señorita Aurora, feliz de la existencia, me senté en el morro de la Ladera, como todas las tardes. Desde donde se divisa todo Medellín despierto, y en movimiento, al lado de Aurelio Zapata, mi amigo del alma, de parranda, del colegio, llegó un fotógrafo que decía traer tecnología francesa, nos ha convencido de sacarnos la foto, en pro de la amistad, obturó sin conocimiento de causa, el retrato que me recordaría por el resto de mi vida, el momento antes de conocer a la Señora madre de Aurelio.





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