miércoles, 11 de febrero de 2009

Inocencia. II

Cuando tocaron a la puerta, yo me acomodé bien la ropa, y fui a abrir. Era él.
Nos sentamos en la sala, le ofrecí licor, uno que también había comprado ese día. Él me dijo que no, y comenzó a besarme, iba al grano. Tuvimos sexo en la sala, luego en la cocina, después en el baño, en las escaleras y finalmente otra vez en la sala. Yo no lo iba a acostar en la cama que era mía y de mi novio, no soy tan conchuda.

Así me levante la ceja, yo respeto mucho esas cosas, que son de los dos, mis amigos le llaman mística, yo a veces pienso que es bobada, sin embargo me gustan esas bobadas, como cuando la mamá no deja sentar a extraños en la cama del matrimonio, usted me entiende, ¿cierto?

Diego es un buen amante, y me dio mucho dinero ese día, me dijo que yo era fuego y que de seguro me iba a ir muy bien con el negocio, que me iba a recomendar con unos amigos de él de una empresa dizque muy prestigiosa de la ciudad. La verdad poco o nada me importó si me recomendaba o no, con tal de que me diera mi plata, bien ganada por cierto, yo me las vería para seguir consiguiendo clientes.
Ese día por la noche llamé a mi novio, contenta, feliz, le dije que había conseguido un “trabajito” vendiendo productos puerta a puerta, que eran productos de belleza y que para ser el primer día me había ido muy bien, le aseguré que de seguir así, tardaría menos de un mes el estar juntos de nuevo. Ah… escucharlo me reconfortaba tanto, después de ese día tan pesado, su voz era mi alivio. Y él siempre triunfante, alegre, soñador, tierno, con esos “Te amo” a gritos, que me enviaba desde lo lejos, pero yo los sentía como si estuviera ahí, junto a mí, respirando en mi hombro, aunque no fuera más que una fría bocina del teléfono que tantas noches se derritió, como chocolate al sol, de las cursilerías que nos decíamos siempre. Era… era amor.

Después de ese día, me vi otras dos veces con Diego, siempre en mi apartamento y saqué buen dinero de ahí, luego, él mismo, cumpliendo su promesa, me consiguió el trabajo con la gente de la empresa. La mejor empresa del país. Hombres de mucha mucha plata, ¡grandes empresarios! Lujuriosos, ávaros, capaces pagar la cantidad que sea necesaria con tal de satisfacer sus caprichos, fingiendo que son necesidades. Me pusieron una cita a las 2 de la tarde, un día miércoles, en las instalaciones de la empresa. Se me hizo extraño, pero yo no iba a cuestionar las políticas de trabajos de estos señores. Llegué muy puntual, el mismo Diego me llevó, subimos por ascensor hasta un cuarto piso, y esperamos afuera de lo que se veía era una sala de juntas. Había otra niña en esa sala.
Diego entró a una oficina contigua a la sala. Cuando salió me dijo que entrara. Todo estaba oscuro, había seis hombres, cada uno es sus puestos, alrededor de la gran mesa. Diego también tomó asiento, yo los miré a todos. Era muy grande la sala, tenía cómodas sillas, la mesa de madera, persianas lujosas, bien cerradas, un video bean en el techo y en enfrente un tablero blanco, imagino que también pantalla para proyectar las gráficas, barras y tortas, de la situación de la empresa. El que estaba en el asiento del medio, el patrón (imagino yo), me saludó y me dijo que me sentara. Cuando yo iba a tomar asiento me detuvo, y me aclaró que me necesitaba sentada… sobre la mesa. Todos me observaban. Se encendió una luz roja, no sé de donde, y el que me dijo que me sentara ahora me pedía que bailara sobre la mesa. Yo solo pensaba en cuanta plata me iban a dar por eso ¡eran 7 hombres! Tenía que dar lo mejor de mí.
Me levanté y comencé a bailar de la manera más sensual que podía, los mire a cada uno, uno por uno, haciéndoles diferentes gestos obscenos, y uno de ellos me ordenó que me masturbara.
Ahí me inspiré. ¿Sabe? A mi me gusta hacer las cosas bien hechas, o no las hago, como cuándo maté al marrano, que dejé todo tan limpiecito que nunca nadie lo supo. Esta vez no era la excepción, y menos cuando había bastante dinero de por medio. Inicié por la parte de arriba. A quitarme la camisa suavecito, y deslizar las manos suavente por los senos, después el brasier… En ese momento entró la otra nena.
Uno de ellos, el más gordo, le dijo que se subiera conmigo y que “jugáramos” juntas, la nena también subió a la mesa, y ahí sí comenzó el descontrol. Qué no hicimos esa mujer y yo ahí montadas. Nos desvestimos, nos besamos, nos tocamos, nos acariciamos y nos besamos mutuamente lo senos, nos masturbamos, gritamos y esos manes mirando, excitados, pero quietos. Y ya como veo su expresión de desagrado voy a dejar que se imagine el resto. No es que haya cambiado mucho la situación, pero no le voy a describir como terminaron esos hombres, solo le voy a contar, como dato adicional, que no tuve sexo con ninguno, más bueno.
Mucha plata gané por eso, y fue fácil. No tuve a ningún tipo muriéndose de excitación encima de mi, hasta lastimándome por satisfacer sus ansias, solo actuar sobre una mesa y ya.
Fue tanto, pero tanto el dinero que me dieron, que no tuve que hacer nada más para poder viajar. Ya tenía la plata suficiente y hasta de sobra. Me fui de compras, como a los dos días del trabajo, y le compré miles de cosas a mi amor. Una camisa, un buso lo más de bonito, unos tennis, y varias cositas como chocolatitos, tarjeticas y un perfume, de esos de hombre que huelen tan rico.
Viajé sin avisarle, para llegarle de sorpresa. Me fui en un avión grandísimo, cómodo, y muy lujoso.
Para que vea que vale la pena hacer bien el trabajo. Y ya veía la recompensa, estar con mi hombre.
No… no me arrepiento de nada de lo que hice. Si lo que hice fue por él. Dígame ¿quién ama tanto a una persona como para esforzarse de la manera como yo lo hice con tal de estar juntos de nuevo? Nadie.
Sí, yo era muy joven en esa época, pero igual a unos nos toca madurar más rápido que a otros, todo depende de los intereses que se tenga en la vida.
Mire pues. Cuándo llegué al aeropuerto de allá, lo llamé y le dije, que iba más o menos en dos días, que me diera la dirección porque no lo podía estar llamando mucho, puesto que el trabajo estaba duro. No habían pasado diez minutos después de la llamada y yo ya estaba parada en la puerta de su casa, llena de maletas y con una sonrisa que no me cabía en la cara. Cuándo abrió la puerta casi se desmaya, se puso a temblar, le sudaron las manos, lloraba, me abrazó, me levantó del piso y me besó, mientras decía entre los dientes una y otra vez “te amo mi niña, te amo, te amo”. Yo me sentía en el cielo, estar en los brazos de él otra vez, sintiendo sus labios hermosos, su saliva, su calor, un viaje, un sueño para no despertar jamás.

1 comentarios:

Sebastian Villa dijo...

Ay nena... no se si odiar a esa perra o tolerarla.

Se me hizo muy parecido a las anécdotas de Amanda en "La Bruja", pero con tu ritmo y tu tono.

Salud por vos!