lunes, 23 de marzo de 2009

Colorworld


A ti, Mauricio Gómez, mi amigo.
A ti, Juliana López, mi amiga, mi media naranja.


“Cada día trae su afán”, me decían las voces triviales del mundo en el que me tocó vivir y del cual me escapo, cada vez que puedo, y me voy para el mío, el de los colores. Y un día, como cualquier día de esos en los que me levanto en el mundo que me tocó vivir, decidí que lo mío era reír y ser feliz, aún estando y viviendo lo que no quería. Pero me dijeron que no podía, que mi comportamiento debía obedecer a la cordura impuesta por las almas frías que encuentran en la pulcritud y en una falsa perfección, en el status quo de las vainas, que deberían ser diferentes, simplemente porque somos diferentes, y a unos nos gusta volar.
A lo lejos una mujer decía: “Voy a recoger mis alitas rotas y las pegaré trocito a trozo y volaré”. Eso era lo que yo quería, poder coser las alas rotas por la rutina y volverme para mi tierra natal, Ningún Lugar, después del Nunca Jamás.
Y yo cantaba, y cantaba fuerte para que me oyeran y de pronto me callaran o me aplaudieran, pero no, nadie nunca dijo nada, solo me miraban.
Eso era porque cada día que yo vivía, de verdad me traía un afán, pero no uno de esos de los que hablaban las voces triviales del mundo en el que me tocó vivir, sino el afán de volver a volar, como Peter Pan.
Y uno aprende a veces que se necesita llorar, para decir con los ojos eso que siempre se va a quedar adentro, como eso que uno nunca va a contar o a reconocer o a decir, delante del que se debe decir, sencillamente porque hacen menos daño las lágrimas espontáneas que las palabras preparadas. Y las noches pasaban pensando en cómo decirlas pero uno se da cuenta que es mejor quedarse sin palabras, para no herir.
Entonces salí del cuarto y me eché a correr. En las calles todos me miran (como siempre) porque siempre voy cantando sin pena, en voz alta… eso no es locura, es vida. Todos me miran porque siempre me voy riendo y es extraño, de verdad extraño, que alguien que sea del mundo en el que me tocó vivir pueda siempre reír.
Entonces un día uno se da por enterado que piensan llevarte al médico solo porque decidiste ser feliz, y ahí te echás a llorar porque con pastillas te piensan borrar la sonrisa. Levanté la cabeza buscando respuestas, que creen que me va a dar un tipo que se las da de que entiende a la gente cuando cree que la risa a solas es sinónimo de locura y que si digo que mi mundo no este, sino el de los colores sufro de esquizofrenia o estoy drogada. Un tipo que tiene tan poca imaginación para entender que la gente es diferente, que le toca clasificarlas en diferentes cuadros mentales, para los cuales tiene la droga indicada. El tipo que controla que nada se salga de su curso, porque lo más hijueputa es que se supone que las cosas tengan un curso: como el día y la noche y la vida y la muerte, Pero hombre… hay unos que nacen y viven ya muertos… y hay unos que vivimos y vivimos siempre, y morimos para seguir viviendo. Y hay noches en las que sale el sol y días en los que todo parece ser tan oscuro que ni entre nosotros nos vemos. Y el curso normal de las cosas, no es ni curso, ni normal, ni anormal, ni cronológico, ni psicológico, son las cosas y ya.

La complejidad de comprender lo simple. Como el helado de las 4 de la tarde, el abrazo en la mitad de la calle y la negación al dolor y al olvido.
Me levanté y me fui a caminar y según el "curso normal" de las cosas era de noche. Yo vi miles de luces. Había brisa y el cabello al viento se sentía como si fuera libre. Mirando al suelo veo como mis pies avanzan y se siente como si uno fuera libre. Y me dio por abrir las manos como si esperara el abrazo de un fantasma, y saben qué? Me sentí como si fuera libre.
Yo me di cuenta que me sentía vacía era porque acá, en el mundo en el que me tocó vivir no estaba yo, sino el mero pellejo. Pero yo, yo estoy allá en los colores de Ningún Lugar, después del Nunca Jamás.