Un tanto alejado de la ciudad, salía del bosque Santa Elenero con el alma acongojada por el frío. Cuando el reloj marcaba las 9: 50 p.m. el pantalón destilaba las gotas de esa lluvia inclemente que amenazaba con la hipotermia, quizás el desespero. Un niño en bicicleta atraviesa la calle empantanada, mira hacia el paradero y dice con voz tierna: “A esta hora ya no bajan buses pa’ Medallo”.
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