jueves, 2 de junio de 2011

Bala.

En el Salvador hay miradores increíbles, que en esta ciudad panóptica, que siempre nos invita a mirarle, es imposible resistirse a quedarse. Un ratico no más, lo que dura un porro, unas cuantas risas, el modo contemplativo y luego partir a otro lugar. La pareja estaba sentada al final del camino que algún día se había comenzado a pavimentar, pero que en realidad nunca se pudo terminar. Otro grupo de chicos, en plena adolescencia juega a darse besos y reírse, al lado izquierdo. Árboles, buenos vientos, una conversación amena. En un instante, los jóvenes, ya no tan felices comienzan a correr en picada monte abajo. La pareja no comprende bien qué ocurre, el chico pregunta – ¿Qué pasa muchachos?- Nadie contesta. – Él pregunta nuevo: - Hey! Qué pasó?- Alguien, sin parar de correr, entre dientes alcanza a vociferar:- Nos acaban de robar! La pareja se mira entre sí, acto seguido voltean juntos la mirada hacia atrás. El boquete del arma, no se hace esperar, un hombre de gorra blanca y contraluz en la cara dispara sin pensar. La chica ve con terror la chispa salir de aquella boquilla negra que en su inferior tamaño, se hace escuchar en medio de todo con tal estruendo, que estremece toda la noche. Se toman de la mano por inercia, como si estuviese planeado, como si alguien hubiera contado: a la una, las dos, y las tres. Corren como en triatlón, saltan muros de tierra y hierba, tiemblan mucho, pero esperan a que la calma vuelva, después de todo, vida todavía hay.

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